Real Zaragoza. Labios de papel.


   Hace unos días, antes de que 2011 apagara las luces, escribí un texto que titulé «Muera la Muerte». Era un desilusionado alegato contra la negrura que viste nuestras vidas desde hace varios años, un casi último suspiro que buscaba aire donde sólo encontramos arenas movedizas. Era 28 de Diciembre.

   En esos días tomaba cuerpo una iniciativa unitaria, homogénea, que pretendía traducirse en lo que debía ser una multitudinaria manifestación contra la agonía y a favor de que el propietario del Real Zaragoza, Agapito Iglesias, abandonase la presidencia y dejase paso a otras personas o grupos que pudiesen abordar la titánica tarea de salvar el club. 

   Lo escrito ese día alcanzó un sorprendente significado apenas cuarenta y ocho horas después. En una rueda de prensa multitudinaria, Agapito Iglesias presentaba a Salvador Arenere, nuevo Consejero Delegado del club, quien se convertía en el gestor plenipotenciario del Real Zaragoza, acompañado de tres personas de su confianza, y que ponía encima de la destartalada alma del zaragocismo un único objetivo: salvar al Real Zaragoza. Vehemente, enérgico, con necesidad de convencer a quien ya no le convence sino el infierno, Arenere se convirtió en trending topic en apenas unos minutos y la hinchada blanca y azul rebuscó en los cajones de su escepticismo argumentos que calmasen su incredulidad y amortiguasen un nuevo golpe de efecto de quien tantas veces nos ha sacudido y otras tantas nos ha matado.

   Apenas unos días después, los cambios se han sucedido a velocidad de vértigo, tipo correcaminos. Sin embargo, todo es lento. Y es que aunque parezca un contrasentido, por muy rápido que se actúe ya llegamos tarde a casi todo. Nuevo Consejo de Administración, con Iribarren, Guillén y Rodrigo, decisiones deportivas como fichajes y salidas, reorganización de la Ciudad Deportiva, potenciación del área de comunicación y marketing, relación con el zaragocismo…Muchos frente abiertos y urgencia en la necesidad de afrontar el maremoto que zarandea las naves blanquiazules.

   Y en medio de todo, Aguirre destituido. Se habló de Milla. se habló con Michel. Al final, el enérgico Jiménez. El mexicano, de quien Cedrún se empeñaba en resaltar su condición de vasco, había fracasado hacía ya varias semanas. Desde Pamplona era hombre muerto deportivamente hablando y su propuesta futbolística, gris y agotada, se había dado de bruces contra el suelo de la clasificación, por lo que su cese era algo anunciado y exigido por todo y por todos. ¿Tarde? Sí, seguramente. Pero aquí está Manolo Jiménez con la intención de poner algún punto sobre alguna «i» y una ingente labor que deseamos no lo consuma, pues su vida será nuestra vida. 

   En fin, que no valemos para sustos. Demasiadas emociones para cuerpos ya muy castigados como los nuestros. Lo cierto es que ahora lo más importante, lo único importante, es ganar. Ganarle al Racing, ganarle al Getafe siete días después y derrotar al Levante un semana más tarde. Y para conseguir eso hará falta limpiarle la cabeza al equipo, soltar lastre en forma de despido a varios jugadores que han demostrado que no nos sirven y fichar a cinco o seis mirlos blancos que nos ayuden a sobrevivir. Estremecedor horizonte, pero este cáliz nos lo tenemos que beber entero. No hay otra salida.

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